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Número 10, año 2020
Revista Catalana de Museologia

El peso de la cultura en el proceso constitutivo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible

Una oportunidad de reflexión

Fecha publicación: 24/12/2020


Actualidad

Fecha publicación: 24/12/2020

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Abstract

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) proporcionan un ambicioso modelo de paz y prosperidad a nivel global. La presencia del ámbito cultural ha sido desafortunadamente escasa. Más allá de las diferentes interpretaciones, la cultura no integró ninguno de los diecisiete objetivos como eje central. A pesar de los ingentes esfuerzos de colectivos e instituciones, la dimensión cultural fue relegada a un instrumento facilitador. Este análisis propone un breve repaso al proceso de construcción de los ODS a partir de las intervenciones de los participantes en las diferentes sesiones del Open Working Group (OWG). El objetivo es comprender mejor los mecanismos del proceso constitutivo de la Agenda 2030 para poder contribuir a la reflexión sobre nuevas propuestas de actuación en apoyo a la cultura, también en el sector museístico.

"Al final, la cultura es lo único que nos vincula de un modo extraordinario, tanto en la utopía como en la realidad".

H. E. Mrs. María Fernanda Espinosa Garcés
73ª sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas (2019)

No es un hecho anecdótico que durante la presentación del nuevo sistema de publicidad del metro de Barcelona las imágenes escogidas para el trayecto institucional fueran precisamente los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). En nuestro país, como en todo el mundo, la campaña de apoyo al proyecto de desarrollo sostenible cristalizado en los ODS se caracteriza por tener una envergadura ingente y una capilaridad extraordinaria. Ciertamente, el mundo de la cultura no ha sido ajeno a ello. Son innumerables las colaboraciones y las complicidades que se han establecido con el ámbito de las artes, la cultura y la economía creativa. Por citar algunos de los numerosos ejemplos de compromiso en el territorio catalán, cabe mencionar el Primavera Sound, el Plan de museos 2030 de la Generalitat de Catalunya o la apuesta explícita para promover y sostener los diecisiete objetivos por parte de la Xarxa de Biblioteques Municipals [Red de Bibliotecas Municipales].

Paradójicamente, y como ha sido ampliamente señalado y debatido, ninguno de los diecisiete objetivos presenta a la cultura como ámbito central de actuación. Para intentar comprender el proceso que ha llevado a este resultado, es relevante el análisis de las intervenciones de los participantes en las diferentes sesiones del Open Working Group (OWG), con especial atención a las aportaciones de los estados miembros. El objetivo de este estudio es presentar una profundización crítica sobre la base documental del cuerpo de trabajo previo a la redacción de la Agenda 2030, para contribuir a la reflexión informada sobre futuras propuestas de actuación en apoyo de la cultura en el ámbito del desarrollo sostenible.

La cultura como elemento periférico en los ODS

En septiembre de 2015, los ciento noventa y tres países de la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptaron los compromisos contenidos en el documento Transforming our world: the 2030 Agenda for Sustainable Development. La conocida como Agenda 2030 se originaba a través de un mecanismo colectivo de reflexión y evaluación de los impactos de los Millennium Development Goals (MDG). Fue considerada como la culminación de un proceso participativo sin precedentes, estructurado a través del Open Working Group of the General Assembly on Sustainable Development Goals (OWG). Este proceso, iniciado en 2013, aspiraba a dar respuesta a un gran número de cuestiones que no fueron debidamente resueltas en los MDG en relación con los derechos humanos, la colaboración internacional y el papel de la sociedad civil.

Los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se encuentran definidos en el párrafo 51 de la Agenda 2030, así como los subsiguientes ciento sesenta y nueve subobjetivos —targets— y los doscientos treinta y dos indicadores asociados. Los ODS conforman un marco para definir las prioridades y las estrategias de actuación y para equilibrar las necesidades económicas, sociales y ecológicas de la sociedad contemporánea. El objetivo es tan necesario como ambicioso: alinear los esfuerzos globales hacia un modelo de prosperidad que respete a las personas y el planeta. La elaboración de los ODS se fundamenta sobre la base de implementar los principios de desarrollo sostenible en todas las esferas de la sociedad.

La relevancia de este proceso en el actual marco histórico y social parece incontestable. Los ODS se posicionan como principales catalizadores de la ayuda al desarrollo y de la lucha contra la pobreza durante los próximos diez años. Así pues, los ODS se confirman como el sistema de referencia que previsiblemente ejercerá una influencia determinante en las políticas globales para el desarrollo a medio y largo plazo. La definición y ratificación de los ODS trasciende el discurso formal y pretende contribuir al desarrollo sostenible de la sociedad humana de manera determinante. Es en este marco en el que la valoración del ámbito cultural ha sido considerada como una pieza fundamental e ineludible (Hosagrahar 2015).

La adhesión de la Unesco a estos principios fue categórica. El organismo declamó que "[l]a cultura es quiénes somos y lo que forma nuestra identidad. Ningún desarrollo puede ser sostenible sin incluir la cultura".(1) Desde la propia agencia, se reafirmó el compromiso de reconocer y promover el papel de la cultura como actor fundamental en los ODS, considerándola un elemento tanto combustible como motor, enabler y driver, imprescindible para la consecución eficiente de los objetivos prefijados en las diversas dimensiones del desarrollo sostenible.

A pesar de este claro posicionamiento, es necesario admitir que la cultura no se vio considerada como núcleo fundamental en ninguno de los diecisiete objetivos, y apareció solo como una referencia explícita en cinco de los ciento sesenta y nueve targets. Las reacciones al texto definitivo en la comunidad cultural fueron de marcada polarización. Por un lado, la Unesco proclamó que los ODS otorgaban a la dimensión cultural una relevancia sin precedentes, mientras que, por otro lado, un número importante de voces críticas se alzaron para expresar que la cultura no había encontrado la esperada centralidad en la Agenda 2030.

A pesar de reconocer la importancia de los ODS como guía para combatir la pobreza, proteger el planeta y garantizar la paz y la prosperidad de los pueblos, varios autores criticaron la casi imperceptible presencia de la dimensión cultural en la redacción final del texto (Hawkes 2015, Martinell 2015, Appe 2016, Pascual 2016). Otras voces defendieron la necesidad de demostrar que las acciones de política cultural deberían ser reconocidas en relación con la consecución efectiva de los ODS (Villaseñor Anaya 2016) y otros pusieron de manifiesto la transversalidad implícita y la contribución indirecta de las dimensiones creativas y culturales en la concepción de los ODS (Hosagrahar 2016, Gupta & Vegelin 2016).

El camino indócil de la cultura

La relación entre cultura y desarrollo sostenible ha sido ampliamente defendida, como también lo ha sido la dificultad histórica a la hora de ratificar esta relación por medio de compromisos formales de carácter vinculante (Brown 1991, Nurse 2006, Throsby 2008, Martinell 2015).

Algunos antecedentes se pueden trazar hasta la Declaration of the Principles of International Cooperation (Unesco, 1966), la Mondiacult World Conference (1982) y la proclamación de World Decade for Cultural Development (1988-1997) (Maraña 2010, Pascual 2015). Con Our Creative Diversity (1995), la Unesco intentó profundizar en la relación entre cultura y desarrollo, aunque el informe resultante tuvo un impacto limitado (Baltà et al. 2015). Desgraciadamente, el proceso que llevó a la redacción de los MDG (2000) no consideró la oportunidad de plasmar la interdependencia entre cultura y desarrollo como protagonista de uno de los axiomas u objetivos (Matsuura 2008).

En 2001, el Tutzing Manifesto for the Strengthening of the Cultural-aesthetic Dimension of Sustainable Development (2001) hizo un llamamiento a ampliar las estrategias de sostenibilidad internacionales en relación con el arte y la cultura. Ese mismo año, la Unesco aprobó la Universal Declaration on Cultural Diversity (2001), que contiene una mención relevante en el artículo 3. La declaración considera que la esencia del desarrollo no se ajusta únicamente a términos de crecimiento económico, sino que responde a la consecución de una existencia cultural, espiritual y emocionalmente satisfactoria. Paralelamente, en el trabajo seminal de Jon Hawkes, The Fourth Pillar of Sustainability: Culture’s Essential Role in Public Planning (2001), se argumentaba la necesidad de considerar la cultura como cuarto pilar de la sostenibilidad para garantizar la vitalidad cultural de las comunidades. Tal como estableció el autor, "la sociedad sostenible depende de una cultura sostenible. Si la cultura de la sociedad se desintegra, la totalidad de la sociedad se desintegrará".(2)

La Agenda 21 for Culture (2004) recogió las líneas maestras de este pensamiento y abogó por la inclusión de la cultura como cuarto pilar de la sostenibilidad en los foros internacionales. La Agenda 21 fue ratificada por el grupo de trabajo United Cities and Local Governments (UCLG), e impulsó la definición de acciones de política local coordinada para la promoción de la cultura en todos los ámbitos. Las subsiguientes convenciones de la Unesco, Convention on the Safeguarding of the Intangible Cultural Heritage (2003) y Convention on the Protection and Promotion of the Diversity of Cultural Expressions (2005), complementaron el marco conceptual y normativo entre las relaciones de cultura y desarrollo (Pascual 2016). El International Congress "Culture: a Key to Sustainable Development" fue el primer congreso internacional centrado específicamente en los vínculos entre cultura y desarrollo sostenible, y concluyó con la conocida como la Declaración de Hangzhou (2013).

Pocas semanas después, el entonces secretario general de las Naciones Unidas Ban Ki-moon se haría eco de la principal conclusión del congreso. "El mes pasado, unos quinientos participantes de ochenta y dos países se reunieron en Hangzhou. [...] Emitieron un mensaje claro. Quieren integrar la cultura en la Agenda de Desarrollo post-2015 mediante objetivos e indicadores claros",(3) declaró. La respuesta de las organizaciones en apoyo de la cultura no se hizo esperar. Uno de los ejemplos más ilustrativos lo podemos encontrar en la campaña global The Future We Want Includes Culture, en la que la UCLG desarrolló un liderazgo determinante.

Con la Declaration on the Inclusion of Culture in the Sustainable Development Goals (2014) se hizo patente la demanda de incluir la cultura en los ODS con una propuesta clara para un objetivo articular. "La mejor forma de incluir estas consideraciones en la Agenda de Desarrollo post-2015 es mediante un objetivo centrado explícitamente en la cultura. [...] Garantizar la sostenibilidad cultural para el bienestar de todos".(4) Es una propuesta que, desafortunadamente y en vista de la redacción final, no contó con los apoyos fácticos necesarios.

ODS como proceso de síntesis colectiva

Para evaluar de forma crítica los resultados de la Agenda 2030, es relevante profundizar en la arquitectura específica del proceso de redacción. El punto de partida de este análisis se encuentra en el mandato derivado de Río+20, en el que se dispuso la necesidad de activar un mecanismo colectivo de debate con el objetivo de asegurar un proceso participativo de constitución de los ODS. A partir de 2013, esta voluntad se materializó principalmente en las trece sesiones del Open Working Group of the General Assembly on Sustainable Development Goals (OWG).

El análisis documental de los 1.634 textos que conforman el cuerpo de trabajo y las aportaciones de los diferentes agentes en las discusiones del OWG publicados en la Sustainable Development Knowledge Platform permite un acercamiento informado a las diversas posiciones institucionales respecto de la inclusión de la cultura en los ODS. De este estudio se desprenden apuntes relevantes que pueden contribuir a informar a las futuras estrategias de actuación individual y colectiva en relación con la plena inclusión de la cultura en el debate de la sostenibilidad.

Como preámbulo genérico es importante destacar que ninguno de los documentos consultados aporta negativas frontales y explícitas a la inclusión de la cultura en los ODS. Las posiciones de los agentes, sin embargo, varían enormemente en un espectro que comprende desde la más completa desatención hasta el apoyo explícito a la inclusión de la cultura como elemento primordial en la agenda del desarrollo sostenible.

A continuación, se propone un breve repaso de las posiciones institucionales exhibidas por los diversos estados miembros, las posiciones específicas sostenidas por los Majors Groups and other Stakeholders (MGoS) y las aportaciones de la Unesco, así como los apuntes editados por los diversos United Nations Technical Support Teams (TST).

Aportaciones de los estados miembros

Las intervenciones de los diferentes estados miembros —los ciento noventa y tres estados soberanos con igual representación en la Asamblea General de las Naciones Unidas— se pueden agrupar por criterios de proximidad de planteamientos en relación con la centralidad de la cultura en los procesos de desarrollo sostenible.

Entre los estados miembros que no demostraron ningún tipo de sensibilidad respecto a la inclusión de la cultura, se pueden destacar los que, a pesar de conferir una centralidad a la cultura en las políticas nacionales, no trasladaron esta preocupación a las discusiones de los ODS. Canadá, como parte de la troika con Israel y Estados Unidos, no consideró pertinente hacer ninguna enmienda, a pesar de la importancia de los esfuerzos públicos al apoyo de instituciones nacionales como la Creative City Network. De forma parecida, las aportaciones de la troika formada por Australia, Holanda y el Reino Unido fueron virtualmente insignificantes y se limitaron a comentarios genéricos sobre el valor de la diversidad cultural. La pobreza de estas intervenciones resultó significativa en relación con el nivel de integración de la cultura con las políticas públicas holandesas, desde el Wet op het specifiek cultuurbeleid (1993) hasta las políticas promovidas por The Regional Arts Fund en Australia o los diferentes Sustainable Development Action Plan elaborados por el Department for Digital, Culture, Media and Sport británico.

El Group of 77 y China se remitieron a las definiciones de la Unesco, sin avanzar ninguna reivindicación adicional a las consideraciones de cultura como enabler y driver para el desarrollo sostenible. Del mismo modo, las aportaciones de la troika formada por Francia, Alemania y Suiza se restringieron a reconocer la dimensión cultural respecto a los derechos internacionales ya definidos en cumbres precedentes. Uganda y la troika Chipre, Singapur y los Emiratos Árabes Unidos solo reivindicaron el papel de las diferencias culturales entre los estados y la importancia del intercambio cultural, situando la cultura como motor canónico de las tres dimensiones del desarrollo sostenible.

Los países del grupo Pacific Small Island Developing States, Venezuela, Nigeria y los estados africanos, se concentraron en la reivindicación de aspectos relativos a la cultura indígena y el conocimiento tradicional, dejando de lado los otros rasgos modernizadores y universalistas. Nepal urgió para tener en cuenta la necesidad de visibilización sobre las cuestiones de patrimonio histórico-urbanístico, y las Maldivas reclamó que se consideraran los recursos naturales y oceánicos como parte integral de la cultura de los pueblos. También son relevantes las menciones al respeto ineludible de la soberanía nacional y las tradiciones locales desde algunos países con fuerte permeabilidad espiritual como India, Bangladesh, Túnez o Egipto.

La troika formada por Italia, España y Turquía dio forma a algunas reivindicaciones necesarias en materia cultural, abogando por la toma de conciencia de la importancia cultural en materia laboral, económica, política, social o educativa. Definieron la cultura con la acepción de elemento clave, key element, y reclamaron un mayor énfasis en la dimensión cultural del desarrollo sostenible, sin, no obstante, establecer un nivel de concreción operativa vinculante en sus propuestas. A pesar de la significativa extensión, las aportaciones de España se pueden considerar como un paso atrás si las comparamos con el papel de liderazgo que alcanzó en el marco del Millennium Development Goals Achievement Fund (MDG-F). Hay que recordar el impulso determinante que España ejerció en aquella ocasión, en la que consideró la cultura como un integrante explícito de una de las ocho áreas de intervención. Fue una aproximación que, desafortunadamente, no se repitió en el contexto de la OWG.

En una línea más incisiva, las demandas de la República Islámica de Irán consideraron la cultura un elemento transversal, integrado de manera consciente y proactiva en los programas de desarrollo. Perú y México insistieron en la transversalidad de la dimensión cultural y en la necesidad de preservar la transmisión intergeneracional del patrimonio. Argentina, Bolivia y Ecuador apostaron por la inclusión efectiva de la dimensión cultural en los ODS, y la República de Corea urgió a la revisión del tratamiento otorgado a la cultura para hacer valer su relevancia y esencialidad. Como exponente del Group of Friends on Culture and Development, Qatar se destacó con una de las intervenciones más significativas. En su discurso, se definió la necesidad de un acercamiento transversal en los ODS y una profundización en las interrelaciones entre la cultura y las otras dimensiones del desarrollo sostenible. Cabe destacar que este grupo, formado por treinta países, se posicionó como la única alianza entre los estados miembros para la inclusión de la cultura en la agenda internacional.

Tan solo dos discursos, del total presentado por los estados miembros, pidieron la redacción específica de un objetivo de carácter cultural. La intervención de Cuba fue, sin duda, la que reivindicó de manera más específica la plena incorporación de la cultura en los ODS. Cuba propuso la creación de una nueva dimensión cultural del pilar de la sostenibilidad social y definió los principales instrumentos asociados, sin, no obstante, considerar la cultura como cuarto pilar de la sostenibilidad. De modo similar, Croacia y Bulgaria propusieron la idea de estimar la cultura como dimensión esencial y subyacente respecto a los tres pilares del desarrollo sostenible, y pidieron igualmente un objetivo para su específico reconocimiento.

Aportaciones de los Major Groups and other Stakeholders (MGoS)

La elaboración de los ODS necesitó un ingente consenso transversal. En el Earth Summit (1992) se reconoció la necesidad de participación activa de todos los sectores sociales. Estas contribuciones se formalizaron en los llamados Mayor Groups and other Stakeholders (MGoS), que incluyeron representaciones de sectores tan diversos como los de mujeres, niños y jóvenes, pueblos indígenas, organizaciones no gubernamentales, autoridades locales, trabajadores y sindicatos, empresas y industria, comunidad científica y tecnológica, agricultores o personas con discapacidad.

En cuanto a las respectivas intervenciones durante las trece sesiones del OWG, se puede destacar que, en líneas generales, las aportaciones presentaron una mayor sensibilidad con la dimensión cultural que las intervenciones de los estados miembros. La primera evidencia que remarcar es que no hay ninguna MGoS que apoye de manera específica la dimensión cultural en los ODS. De los grupos que participaron en el proceso, a pesar de no ser el objetivo principal de las respectivas intervenciones, tres destacaron por la elaboración de demandas concretas en favor de la cultura: el Women Mayor Group, la Indigenous People y el Local Authorities.

El Women Mayor Group incluyó el elemento cultural en la mayoría de las intervenciones, organizadas en tres líneas argumentales principales. La primera, la reclamación de que los acuerdos ratificados fueran honrados; la segunda, la exigencia de una mayor atención en el impacto de las prácticas culturales en el bienestar de las mujeres y las niñas, y la tercera, el impulso de la cultura como mecanismo efectivo para la reducción sostenida de la pobreza en todas sus formas. Tal como ya lo habían hecho en Río+20, las diversas intervenciones del Indigenous People Mayor Group hicieron hincapié en la incidencia determinante de la cultura en el desarrollo, con un especial acento en la preservación y promoción de las culturas indígenas.

El Local Authorities Mayor Group (LAMG) se constituyó como un mecanismo de coordinación y consulta de las principales redes internacionales de gobiernos locales. De las múltiples intervenciones del LAMG en el OWG, solo en la cuarta sesión se hizo un llamamiento vehemente a la inclusión de la cultura en los ODS, de acuerdo con las líneas de actuación acordadas en la Agenda 21 for Culture. Específicamente, se apostó por un cambio de modelo que incluyera la cultura como cuarto pilar de la sostenibilidad, y se reclamó un despliegue integral de políticas que entendieran la dimensión cultural como enabler y como driver del desarrollo sostenible. Desgraciadamente, este impulso inclusivo quedó fuertemente diluido en las otras intervenciones del grupo.

Aportaciones de las UN y las agencias asociadas

Las intervenciones de las UN y las diversas agencias asociadas merecen una valoración específica. En las diferentes aportaciones, las UN se posicionaron en la línea de las regulaciones y convenciones anteriores, recordando la necesidad de garantizar la práctica de la propia cultura, el respeto a la diversidad cultural, la salvaguardia del patrimonio cultural y natural, el fomento de las instituciones culturales, la promoción del turismo cultural y el fortalecimiento de las industrias culturales y creativas. La UNCCD aportó reflexiones explícitas sobre la dimensión cultural del patrimonio natural, remarcando la importancia de los ecosistemas como proveedores de servicios culturales.

La intervención de la Unesco fue de especial relevancia, dado su mandato exclusivo. En las declaraciones de apertura de los OWG, apostó por completar el paradigma de la sostenibilidad con un componente cultural explícito, sin, no obstante, determinar sus detalles. En la declaración International Congress Culture: Key to Sustainable Development (2013) en Hangzhou, la Unesco suscribió la demanda de un objetivo específico centrado en la cultura para la promoción y protección del patrimonio, la diversidad, la creatividad y la transmisión del conocimiento. Esta propuesta se completaba con una serie de subobjetivos e indicadores claros que relacionaban la cultura con todas las dimensiones del desarrollo sostenible.

Las implicaciones de los acuerdos tomados en Hangzhou solo se reconocieron en los documentos producidos por la UN TST y en particular el TST Issues Brief: Education and Culture (2013). El documento recogió el estado de la cuestión e instó a la integración de la cultura en políticas y estrategias de desarrollo por medio de un objetivo específico, además de subrayar la contribución intrínseca de la cultura al desarrollo sostenible y reclamar la integración de la cultura en todas las políticas y programas de desarrollo de acuerdo con los instrumentos normativos internacionales. Es significativo que la Unesco no sostuvo tal posición en ninguna de sus intervenciones en el OWG.

Cultura sí, pero en pequeñas dosis

Como se deriva del análisis presentado, se puede argumentar que la presencia de la cultura en la redacción final de los ODS reflejó de manera coherente las posiciones predominantes durante el OWG, tanto de la Unesco como de la mayoría de los estados miembros.

De la trascendencia positiva de la cultura durante el OWG queda un hecho argumentado. La Agenda 2030 puso de manifiesto el cuerpo de conocimiento precedente sobre la relación entre la cultura y el desarrollo sostenible y reafirmó, sin superarlos nunca, los derechos culturales ya reconocidos. Una interpretación generosa del texto introductorio y los diferentes targets e indicadores puede admitir acentos generalistas, si bien difícilmente operativos, en áreas como la integración de la cultura en las políticas y los programas de desarrollo, el fomento de la cultura y la comprensión mutua para promover la paz y la reconciliación, o la salvaguarda de los derechos culturales en el marco del desarrollo social inclusivo.

A pesar de esta interpretación, la oportunidad de un objetivo específico para la cultura no solo fue finalmente rechazada, sino que durante el proceso de la OWG se llegó a cuestionar la naturaleza goalable de la cultura. El texto final tampoco definió los mecanismos operativos imprescindibles para la efectiva aplicación de los principios generales que proponía en materia de cultura ni dirigió el concepto de pobreza cultural de forma extensiva.

Así pues, y a pesar de la doble definición de enabler y driver, la presencia de la dimensión cultural se convirtió en un elemento subyacente en la agenda del desarrollo sostenible. El texto finalmente ratificado no incluyó los acuerdos tomados en Hangzhou ni reflejó el discurso más innovador, aunque significativamente minoritario, que consideraba la cultura como una entidad merecedora de objetivos específicos.

Cultura y sostenibilidad, un proyecto solidario y de futuro

Sin embargo, cabe recordar que la oportunidad de transformación colectiva que representa la definición de los ODS no se puede considerar concluida.

Cada día aparecen nuevas voces, nuevas propuestas y nuevos mecanismos para anclar los principios de desarrollo sostenible en las múltiples realidades. Es precisamente en este espacio donde existe la oportunidad concreta para trasladar de manera efectiva y explícita la importancia específica de la cultura en el núcleo del debate de la sostenibilidad.

Por un lado, los ODS son un documento estático, y como tal, una oportunidad desperdiciada para acentuar explícitamente la relación indisoluble entre cultura y sostenibilidad. Por otro, sin embargo, los diecisiete objetivos son un instrumento en un proceso dinámico y incontenible hacia un futuro de paz, progreso y sostenibilidad. Un futuro donde la cultura es un elemento clave y donde los profesionales del sector tienen la oportunidad de hacer valer su compromiso y su convicción sobre la necesidad de incrementar la presencia de la cultura en la agenda del desarrollo sostenible.

Una reflexión crítica e informada de los resultados obtenidos, las posiciones defendidas y las estrategias privilegiadas durante el proceso de la OWG puede aportar nuevas prospectivas para la definición de modelos de actuación renovados. Tal como se desprende del presente estudio, existen oportunidades significativas principalmente por lo que se refiere a tres ámbitos: la coordinación de los agentes en apoyo de la cultura, la consolidación de un Mayor Group específico y el fortalecimiento y la difusión del término pobreza cultural.

La coordinación de esfuerzos y programas parece, a la vista del análisis documental, un elemento clave para el éxito de la empresa. La necesidad de una acción conjunta entre agentes que defienden las posturas en las que la cultura es un elemento central se hace evidente. El alineamiento de esfuerzos y mensajes entre las grandes instituciones como la Unesco, la UCGL o el Group of Friends on Culture and Development supondría un paso adelante en la creación de una masa crítica en apoyo a la cultura. Paralelamente, el establecimiento de conexiones entre los diversos agentes sociales que demostraron un apoyo activo y explícito a la cultura durante el OWG podría también fortalecer su presencia en los círculos de decisión internacionales. La exploración de complicidades sostenidas con la Indigenous People y, especialmente, con los movimientos feministas representados por el Women Mayor Group podría potenciar la relevancia y la centralidad de la cultura en la agenda global del desarrollo.

Aunque no es el objeto de este estudio, futuras investigaciones sobre las sinergias entre el ecofeminismo y los movimientos de inclusión de la cultura como aspecto fundamental del desarrollo sostenible en el marco de los ODS podrían aportar aspectos innovadores y de considerable interés para un adelanto de la posición de la cultura en el marco de la sostenibilidad global.

La creación de un grupo de influencia de alto nivel específico para la cultura, un Mayor Group for Culture, como propone el reciente Culture in the Implementation of the 2030 Agenda: A Report by the Culture 2030 Goal Campaign (2019), aparece, en vista de este estudio, como un elemento necesario e ineludible. La consolidación de un Mayor Group de estas características no solo sería un paso determinante para el reconocimiento de la cultura como eje central del desarrollo sostenible, sino que también proporcionaría los instrumentos y las capacidades prácticas a los grupos que lo configuran para la plena participación en el proceso, tal como aparecen definidos en el artículo 15 de la Resolución 67/290. Estas prerrogativas incluyen, entre otros, el acceso a documentación oficial, la posibilidad de intervención y la de emitir recomendaciones. Son unas posibilidades que, sin duda, ayudarían a potenciar la centralidad de la cultura en el marco internacional.

Este estudio también aporta elementos que evidencian que el concepto de pobreza cultural no apareció de forma generalizada en los documentos discutidos durante los OWG. En el marco de una campaña global para erradicar la pobreza en todas sus formas, las instituciones culturales aparecen como las comunidades más indicadas para contribuir a la necesaria definición del término en el contexto de los ODS, en la evaluación de su alcance y sus consecuencias y en la elaboración de planes frontales de resolución. Es necesario que la relevancia del problema detrás del concepto pobreza cultural trascienda el sector específico y llegue a la opinión pública para convertirse en una preocupación de suficiente entidad. Sin este impulso ciudadano, será muy difícil que la cultura acumule suficientes apoyos para convertirse en un objetivo autónomo en los planes de desarrollo sostenible.

Los museos como activo fundamental

En este contexto, que requiere el establecimiento urgente de objetivos compartidos y vías de diálogo, la red de museos y los profesionales que la integran ocupan una posición privilegiada.

En la actualidad, las contribuciones de los museos en respuesta a los retos planteados por los ODS son extensivas y abarcan un abanico extraordinario de iniciativas. Se pueden encontrar innumerables ejemplos, desde los esfuerzos de transformación de las infraestructuras propias para alcanzar mayores niveles de eficiencia y sostenibilidad (Byrris Ribeiro & Bittencourt Lomardo 2014), hasta la renovada atención de prácticas y procesos de gestión, tanto en las colecciones propias como en las exposiciones itinerantes (Sutter 2008; Lord 2012), así como en las actuaciones hacia un paradigma de turismo y gestión del patrimonio más solidario (Stylianou-Lambert et al. 2015). La transformación digital de los museos y las galerías se ha asociado de manera positiva a una reducción de la huella de carbono gracias a la realidad virtual, las exhibiciones interactivas o las actividades de e-musealización (Pop, E. L. 2014, 2019). También en el ámbito de la docencia no formal, los museos se han erigido como organizaciones clave en el campo de la educación para la sostenibilidad (Wang & Chiou 2018).

Estos son ciertamente aspectos de relevancia incuestionable para conseguir museos y comunidades más sostenibles, pero hay que tener presente que también hay una legítima oportunidad para los museos y para sus profesionales a la hora de reforzar activamente la importancia de la esfera cultural como pilar del desarrollo.

Por un lado, el reforzamiento conceptual del término pobreza cultural parece un paso imprescindible a la hora de plantear planes de actuación y sinergias entre los agentes implicados. Un esfuerzo taxonómico mayor no solo serviría para definir la pobreza cultural como unidad básica de comunicación y medida en el contexto de los ODS, sino que proporcionaría los pilares para la comparación con otros tipos de pobreza, y contribuiría a informar el marco formal para el diseño, la ejecución y la evaluación de propuestas paliativas. Este refuerzo conceptual implicaría también una mejorada capacidad de comunicación. Si, en los últimos años, conceptos como pobreza energética se han convertido en elementos centrales de aglutinación social en los procesos que abogan por un futuro más justo, la difusión del concepto pobreza cultural al gran público puede representar una oportunidad concreta para la agregación de esfuerzos. La red de museos y sus profesionales altamente cualificados pueden ser las voces determinantes en este proceso colectivo de construcción de significado.

La traslación del concepto genérico y abstracto a las diferentes realidades específicas es un paso necesario para profundizar sobre su entidad real y sobre las consecuencias prácticas para el bienestar individual y colectivo de las poblaciones afectadas. Carbó recordaba cómo los conceptos cultura y pobreza han estudiado tradicionalmente desde ángulos segregados hasta la obra de Amartya Sen (1992), que describía las diferencias entre poder participar de la cultura y tener capacidad para hacerlo (Carbó 2018). Los programas de investigación del sector museístico sustentan la innegable capacidad de poder aportar consideraciones aplazadas de las relaciones entre ambos.

Además, la profunda implantación territorial y el prestigio de que gozan permiten a los museos adentrarse en las diferentes realidades que conforman el significado original del término pobreza cultural, como parte de su compromiso con la ciudadanía. La capilaridad de la red de museos establece las premisas para una eficiente identificación de los componentes de la pobreza cultural en los diversos núcleos sociales, mientras que su función pedagógica no normativa otorga a estas organizaciones las capacidades para contrastarla de forma efectiva. Desde esta perspectiva, los museos y las galerías están llamados a reevaluar los compromisos vigentes y desarrollar acciones concretas dirigidas a reforzar su impacto en el proceso de construcción de un futuro solidario.

Así pues, en el marco de los ODS, los museos podrían ser protagonistas en la lucha contra la pobreza cultural a través de la investigación, el diseño y la implementación de programas referenciales de innovación social mediante la capacitación cultural.

Por otra parte, la red de museos puede posicionarse ante los esfuerzos relacionados directamente con el último de los objetivos descritos en la Agenda 2030, la "Alianza por los Objetivos" (ODS n. 17).

Desde la misma definición de los ODS se reconoce la acción conjunta y coordinada como medida indispensable para la consecución del proyecto común. La creación y el fomento de redes locales, regionales, nacionales y globales se convierte en un imperativo para trasladar los objetivos de un plan teórico a un plan necesariamente operativo. Las competencias de mediación de los museos y sus profesionales cualificados los sitúan en una posición de privilegio para establecer espacios de debate e intercambio transversales entre la sociedad civil, el tejido productivo, los organismos públicos y las instituciones. Son unos espacios de diálogo que, de acuerdo con los resultados de esta investigación, quedaron parcialmente desatendidos durante el proceso de la OWG, pero presentan oportunidades de fomento de la sostenibilidad a través de la cultura, tanto presentes como futuras.

La posibilidad de hacerse eco de las inquietudes y los anhelos del tejido social a partir de una perspectiva crítica sitúa a los museos en el centro de debate público. Recientemente, Sutton recordaba en su intervención en la Marrakech Partnership for Global Climate Action (2019) la capacidad intrínseca de los museos para contribuir positivamente a este compromiso global gracias tanto a su impacto físico y económico como a la enorme repercusión social en las comunidades que sirven. Los museos, pues, se convierten en escenarios de primer nivel para promover el desarrollo sostenible, ya que, en opinión de la autora, "tienen la licencia, probablemente una autoridad particular para hacerlo como instituciones de confianza, fácilmente reconocibles y centradas en la comunidad".(5)

Tal como se debatió en la reciente ICOM General Conference en Kyoto (2019), los museos ofrecen una infraestructura logística y de talento a escala global que permite facilitar la acción colectiva mediante la creación de redes, la sensibilización pública, el apoyo a la investigación y la creación de conocimiento. Quizás una de las consecuencias más significativas de este debate ha sido la aceptación de la nueva definición del término. Los museos son entendidos como "espacios democratizadores, polifónicos inclusivos y para el diálogo crítico sobre el pasado y los futuros. [...] Son participativos y transparentes y trabajan en colaboración activa con y para diversas comunidades para recopilar, preservar, investigar, interpretar, exhibir y mejorar las comprensiones del mundo, con el objetivo de contribuir a la dignidad humana y la justicia social, la igualdad global y el bienestar planetario".(6)

Esta definición aplazada incluye de manera explícita la implicación de los museos en el desarrollo sostenible y reconoce el papel de estas instituciones en el fomento activo de la vertebración social imprescindible para conseguir las necesarias transformaciones estructurales. Con este propósito, la investigación, el diálogo participativo, la acción coordinada y efectiva, la difusión de conocimientos clave y la colaboración intersectorial aparecen como mecanismos imprescindibles para luchar contra la pobreza cultural y para enaltecer la cultura en una merecida posición de esencialidad, no solo en el marco de los ODS.

Para afrontar este reto de urgencia y magnitud sin precedentes, el sector museístico se convierte en un activo fundamental.

Agradecimientos

Agradezco a Jordi Baltà y Jordi Pascual las sugerencias al trabajo de investigación que conforma la base de este artículo.

Citas originales

INTRO. "In the end, culture is the only thing that links us in an extraordinary way, both in utopia and reality." 

  1. “Culture is who we are and what shapes our identity. No development can be sustainable without including culture."
  2. "A sustainable society depends upon a sustainable culture. If a society’s culture disintegrates, so will everything else."
  3. "Last month, some 500 participants from 82 countries came together in Hangzhou, China. [...] They had a clear message. They want to see culture integrated into the post-2015 Development Agenda through clear goals, targets and indicators."
  4. "The best way to include these considerations in the Post-2.015 Development Agenda is through the inclusion of a goal explicitly focused on culture. [...] The wording suggested for the Goal explicitly focused on culture is: 'Ensure cultural sustainability for the wellbeing of all'."
  5. "They have the license, likely a particular authority to do so as trusted, easily-recognizable, community-centered institutions."
  6. "Democratising, inclusive and Polyphonic spaces for critical dialogue about the pasts and the futures. [...] They are participatory and transparent, and work in active partnership with and for diverse communities to collect, preserve, research, interpret, exhibit, and enhance Understanding of the world, aiming to contribute to human dignity and social justice, global equality and planetary wellbeing."

Notas


(1)

Unesco (2015) "Culture for Sustainable Development". Recuperado de: https://es.unesco.org/themes/cultura-desarrollo-sostenible

(1)

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