ARCHIVO MNEMÒSINE 
Teresa Blanch es una arqueóloga muy conocida en Cataluña, con una larga y sólida trayectoria profesional, sobre todo en el ámbito del patrimonio y los museos locales, a la que se añade una estrecha e ininterrumpida vinculación con la universidad como docente y promotora infatigable de la inserción laboral de nuestros estudiantes. Esta trayectoria se ha visto coronada ahora, si se puede decir así, con la lectura de su tesis doctoral, titulada La gestió dels museus i el patrimoni en les polítiques culturals culturals a Catalunya (1980-2018) y defendida en la Universidad Autónoma de Barcelona el 29 de noviembre de 2018.
En este trabajo, la autora analiza de forma crítica y exhaustiva cuáles han sido los modelos de gestión y financiación de los museos y el patrimonio cultural en Cataluña durante los últimos cuarenta años, planteando un conjunto de reflexiones sobre el estado actual del sector y las líneas estratégicas que se están planteando en la actualidad para resituarlo y adaptarlo a los cambios sociales, económicos y tecnológicos con los que se enfrenta el siglo XXI. Además de un balance de lo que se ha hecho, en el que se señalan los logros y las carencias de las políticas culturales de nuestro país en tiempos de democracia, la tesis está particularmente orientada a comprender la complicada situación en la que se encuentran hoy en día los museos y el patrimonio en Cataluña, especialmente a raíz de la crisis económica iniciada en el año 2008, y a establecer las premisas básicas a partir de las que se tiene que discutir e impulsar la reordenación del sector en los próximos años si se quieren preservar los valores sociales y culturales del patrimonio en un mundo cada vez más orientado a someterlo absolutamente todo al imperio del beneficio económico.
Se trata de una investigación importante, fruto de un estudio profundo de la bibliografía especializada y de un conocimiento de primera mano del objeto de estudio, al que sin duda ha contribuido la amplia experiencia de la autora como museóloga y gestora del patrimonio cultural local desde los años ochenta y también el hecho de que buena parte de los datos y los argumentos de la tesis se hayan obtenido a partir de entrevistas semiestructuradas a siete destacados profesionales de la museología en Cataluña y de un buen número de entrevistas informales a otros expertos y responsables de la administración pública, todas ellas realizadas entre los años 2013 y 2016 en el marco de diversas reuniones de trabajo y jornadas especializadas.
El trabajo arranca con la formulación de cuatro hipótesis (más dos “subhipótesis” derivadas de las anteriores) sobre los principales retos que la gestión de los museos y el patrimonio en Cataluña deberá afrontar en las próximas décadas (todos ellos extensible, en buena medida, al resto de España y, según mi opinión, a una parte poco despreciable de Europa). Estas hipótesis se discuten y se contrastan en el extenso capítulo conclusivo, mientras que el cuerpo de la tesis describe detalladamente los aspectos de política cultural (capítulo II) y de gestión y financiamiento (capítulo III) que las avalan y sustentan. El trabajo también incluye un primer capítulo de carácter generalista sobre el paso de la museología clásica a la nueva museología, y se completa con una seria de anexos de tipo documental.
Las reflexiones más relevantes de Teresa Blanch en términos de actualidad parten de un hecho inapelable: la progresiva disminución, en el último decenio, de los recursos públicos destinados al patrimonio cultural (una tendencia que no parece que se tenga que revertir en un futuro próximo) y la necesidad imperiosa de buscar fuentes alternativas de financiación y formas más eficientes de gestión, así como de diseñar estrategias más efectivas de atracción y fidelización de nuevos y antiguos visitantes. Entre las diferentes iniciativas promovidas por las administraciones públicas para afrontar esta difícil situación, que pone particularmente en peligro la supervivencia de muchos equipamientos y elementos patrimoniales de dependencia municipal (mayoritarios en nuestro país), la autora detecta tres grandes líneas de actuación, todas ellas estrechamente relacionadas entre sí: la potenciación de nuevos modelos de gestión basados en el binomio público-privado (externalización de servicios, micromecenazgo, firma de contratos, programa con objetivos cuantificables, etcétera), una vinculación más directa y explícita del sector del patrimonio con el sector del turismo, y el despliegue de redes de cooperación entre los museos que tienen afinidades temáticas y comparten territorio.
En el conjunto de las acciones y los instrumentos de política cultural que se han puesto o se están poniendo en marcha para concretar estas directrices (como por ejemplo la creación del Instituto Catalán de Empresas Culturales y la Agencia Catalana de Patrimonio Cultural, destinada a incentivar y facilitar la cooperación público-privada; la creación, por parte de la Generalitat, de una plataforma llamada Visitmuseum, que tiene el objetivo de internacionalizar el patrimonio catalán y hacerlo más rentable económicamente, o la creciente tendencia a ubicar muchas oficinas de turismo dentro de los museos de ámbito local), Blanch encuentra hechos positivos y, en general, buenas intenciones, pero también muchas vaguedades, contradicciones y, sobre todo, un desconocimiento (o incomprensión) alarmante de la realidad patrimonial y museística que los profesionales conocen. El modelo de gestión compartida es, ciertamente, una oportunidad para repensar y mejorar esta realidad, pero para que sea viable se debería dotar de más autonomía a los museos y librarlos de las cadenas y obstáculos que comporta la gestión directa. La externalización de servicios será positiva siempre que sea complementaria y no substitutoria de la gestión pública, priorice la mejora de los servicios sobre la reducción de los gastos y no venga acompañada de una precarización de las condiciones laborales de los trabajadores de las empresas privadas. La participación de los profesionales del patrimonio en el mercado turístico es necesaria e incluso deseable, pero tiene que ser activa (liderada por los propios museólogos), no puede favorecer la comercialización del patrimonio en detrimento de la conservación y la investigación y debe evitar absolutamente la banalización de los recursos patrimoniales. La propuesta desde la Generalitat de activar redes temáticas y territoriales es positiva, pero las iniciativas comenzadas son aún muy insuficientes, carecen de recursos y estrategias planificadas y precisan contar con la participación y el consenso de todos los agentes implicados.
Estas son tan solo algunas de las principales ideas, perspectivas y propuestas con las que Teresa Blanch cree que se debería articular el actual replanteamiento, por parte de la administración autonómica, del sector museístico y patrimonial en Cataluña, suya síntesis más actualizada es el nuevo Plan de museos 2030, todavía pendiente de aprobación. La persistencia del debate es necesaria y su enriquecimiento, urgente. En el horizonte no solo está en juego la conservación y la valoración de nuestro patrimonio cultural y de las instituciones que son depositarias de él, sino también la preservación y la dignificación de una profesión que hoy en día aún se siente poco reconocida, escasamente escuchada y muy desprotegida a nivel laboral.
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