Cuando desde el Palau Robert me propusieron si quería comisariar una exposición sobre feminismo, lo primero que dije es que me lo tenía que pensar. Desde hacía tiempo tenía claro que quería ampliar la comunicación de este movimiento político y social hacia otros canales diferentes de los que ya conocía más profundamente y que estaban relacionados con el periodismo, el audiovisual y la escritura. El hecho de quererlo pensar no tenía nada que ver con las ganas de hacer la exposición. Salir de mi zona de confort siempre me ha gustado. La duda, o el tiempo que necesitaba, tenía que ver con saber si me sentía preparada para hacer algo que no había hecho nunca y si tenía suficiente capacidad para asumir este reto. El punto de partida, pues, ya me advirtió. A las mujeres nos han educado para dudar sobre nosotras mismas y sobre nuestras propias capacidades. Lo pensé y finalmente dije que sí. Empezaba bien.
Lo que también comenzó, justo después de aceptar la propuesta, fue la pandemia y el confinamiento. El reto se multiplicó. Teníamos que trabajar en unas condiciones nuevas con un equipo con el que no nos conocíamos y al que unos días antes había planteado una idea de lo que quería transmitir con la exposición. Era un planteamiento muy diferente de lo que tenían en mente. Yo no quería hacer ni ver una exposición previsible. Así pues, partíamos todas de cero y en unas circunstancias extrañas y angustiosas. El feminismo promueve poner los cuidados en el centro, y, por lo tanto, en pleno proceso de diseño de una exposición sobre feminismo y en pleno auge de la pandemia, era evidente que nos debíamos cuidar. Este ejercicio, con o sin pandemia, siempre es recomendable. Nos olvidamos de ello porque, a menudo, los parámetros laborales van por otro lado y pensamos que la exigencia debe ser siempre compañera del estrés. La buena noticia es que no.
Mi planteamiento tenía como base huir de los clichés feministas que nos imaginábamos que podían ser expuestos. La voluntad era proponer algo realmente nuevo y, sobre todo, muy atractivo para todo tipo de público. No reniego del pasado en absoluto. Siempre he defendido, por justicia y por obviedad, el trabajo que han hecho nuestras antecesoras, sin las cuales ninguna de nosotras estaríamos donde estamos. Pero como el feminismo es un movimiento, esto quiere decir que debe moverse y, por lo tanto, no puede quedarse en pretérito sino tener un presente muy vivo. La premisa, pues, era que la exposición debía tener en cuenta su siglo y sus múltiples herramientas para hacer llegar el mensaje. Había que hacerla salir de su sitio y que fueran los propios espectadores quienes la llevaran más allá de donde se podía exponer propiamente. Que las redes hicieran una visualización mucho más amplia de ella. Por eso era básico que el mensaje quedara muy claro y que la síntesis fuera también esencial.
El material sobre el que trabajábamos eran los datos. Un material objetivo que defiende de manera irrefutable los conceptos que se quieren exponer. Los datos que confirman que el feminismo no es el capricho de unas cuantas sino la denuncia de una discriminación sistemática de más de la mitad de la población mundial que aún hoy prevalece. La idea, por lo tanto, era dar una narrativa a todos aquellos datos de forma que explicáramos no la historia del movimiento feminista, que habría sido muy válida para otra exposición, sino por qué somos feministas. Exponer literalmente alguna de las muchas razones que evidencian la necesidad de serlo. El espacio siempre es limitado. Elegimos aquellas que la mayoría de las personas reconocen de entrada porque nos son comunes. Demasiado. Las que nos acompañan en nuestra vida diaria. El objetivo comenzaba a perfilarse como un recorrido por los machismos del siglo XXI. Enseñar el machismo para explicar el feminismo y hacer un viaje emocional y de revuelta. Me imaginaba a los visitantes quejándose por tantas injusticias sin sentido y, al mismo tiempo, rebelándose. También dando herramientas y argumentos para defenderse de los ataques. Aunque a menudo los ataques se desprestigian solos.
De entrada, se tenía que hacer una declaración de intenciones. Estuvimos trabajando largamente en el título. A mí es donde me cuesta más siempre llegar. Por suerte, no lo hacía sola. Un trabajo realmente en equipo, aunque existan unas directrices claras, es la manera de conseguir un trabajo mucho más rico, plural y excelente. También se han de gestionar los egos pertinentes. Pero todo es posible. Incluso llegar a buen puerto.
Tanto el título como el grafismo debían evidenciar un elemento de la exposición que hacía referencia al sentido del humor, un ingrediente que suelo poner a todos mis trabajos, en mayor o menor cantidad. He observado a lo largo de los años que el humor es un canal a través del cual nos podemos acercar a unos paisajes muy difíciles y en los que, lógicamente, no todo el mundo se atreve a entrar. Esto significa girar y jugar. Jugar con el machismo y el lenguaje. Hacerlo reversible para que nos fuera a favor. He aquí el título. Y he aquí el grafismo. En la carta de presentación hay que enseñar qué quieres decir y cómo lo quieres decir. En la exposición queríamos atrevernos a romper con unos estereotipos y atrevernos a provocar, pero no por el simple hecho de hacerlo sino por una intención concreta. El inicio prometía. Era acertado. Sabíamos que funcionaría. Lo que no sabíamos es que lo haría de una forma tan extraordinaria como ha resultado.
Una manzana gigante de un rojo intenso abre el recorrido. No es un inicio discreto. No queremos ser discretas. La manzana nos sitúa en nuestra historia, la de la cultura occidental. Lo que tenemos en común todas las mujeres del mundo es el patriarcado, pero según la cultura se ha impuesto de una u otra manera. Esencialmente es la misma discriminación, pero ha encontrado diferentes formas culturales. Nuestra manzana gigante es un símbolo suficientemente identificativo de uno de los grandes lastres que arrastramos como mujeres: la culpa. El rojo es un color de pasión. De mucha pasión. Para pasar del sentimiento de culpa a la pasión por el conocimiento. Por la valentía. No por el reproche.
El espacio, conviene recordarlo, es limitado, y la gente no va a una exposición a leer un libro, por lo tanto, el recorrido va acompañado de títulos muy concretos y de una breve explicación. Lo que decíamos antes de la síntesis. NO ES PARA TANTO. Este encabezamiento abre el camino narrativo. Los títulos no son crípticos porque de lo que se trata es de que el mensaje no sea confuso. Por eso tampoco lo son las frases que se pueden leer en luces de neón que llenan la sala, y que acompañan lo que podemos definir como islas. En cada isla hay un dato de diferentes ámbitos: educación, opinión, trabajo, maternidad, violencias, economía. En cada isla todo el mundo reconoce una parte de su existencia. La sala es de un color rosa que se atribuye, aún ahora, a las niñas. Como si los colores tuvieran género.
La fotografía de esta entrada corrió enseguida por muchas cuentas de Instagram. Y con muchos comentarios. Cuando la idea que tienes en mente funciona produce una felicidad inmensa. La parte visual funciona como el contenido. Las salas se llenan, cada día más, de gente joven. La pandemia no lo frena. Al contrario. Me emociono.
Olvidamos con mucha facilidad, en muchos casos por una cuestión de supervivencia, pero la memoria histórica es importante. Para entender dónde estamos y hacia dónde vamos tenemos que saber de dónde venimos. Las mujeres no hemos llegado tarde a todas partes. Lo que ha pasado es que nos han cerrado el paso del ámbito público y nos han reducido el privado. El tiempo es el que marca una sala de espera y eso es lo que hemos recreado después de las islas. Un espacio blanco lleno de relojes sin sentido que marcan el tiempo de diferencia por géneros en cuestiones tan fundamentales y públicas como votar o estudiar. Estamos rodeadas de asientos y de preguntas. De contadores. Pero seguimos jugando. Por eso hemos colocado un dispensador de tiques que invita a preguntarse: ¿Hasta cuando tenemos que estar esperando? Coge tu turno. Y un calendario interminable que pone un final hipotético a la desigualdad salarial. Corchos llenos de datos relacionados con esta espera y el contador definitivo: el de mujeres asesinadas por hombres en una violencia machista que solo se resuelve con una sociedad profundamente feminista. Si no es así, es únicamente un contador. Y el blanco, bien blanco. Para que quede claro. Y el negro, bien negro.
Salimos de la sala de espera e invitamos a no esperar más con un amarillo muy vivo y una provocación. Una pared enorme con una palabra gigante, una provocación: FEMINAZI. Esta palabra creada por los fascistas con la voluntad de desmontar un movimiento cada vez más potente evidencia que son estúpidos (el nazismo es un régimen íntimamente relacionado con su ideología, por lo tanto insultan con una palabra que los define a ellos) y que no saben desmontar si no es con insultos y violencia. El feminismo, en cambio, desarma al fascismo en cada uno de sus postulados porque justamente se encuentra en el otro extremo del odio y la miseria intelectual. En el otro extremo de la violencia y del patriarcado. Esta palabra, esta provocación, está montada de manera que ocupa una pared enorme y con bloques de hojas que invitan al visitante a arrancar una para actuar de manera física en esta descomposición del patriarcado y del fascismo. Deshacemos a través de hacernos feministas con este antifeminismo que tiene miedo, como todos los movimientos reaccionarios, a perder los privilegios surgidos de las injusticias y mantenidos a través de la violencia estructural. Arrancar cada hoja es una perfomance que convoca a una acción además de la toma de conciencia. Pero no acaba aquí. Detrás de esta hoja que se arranca hay un listado de argumentos para cualquiera de aquellas ocasiones que desgraciadamente se presentan con tanta frecuencia y en las que se cuestiona la lucha y las razones. Detrás de esta hoja se encuentran los argumentos que desmontan las mentiras que se esparcen sobre el feminismo. Se dan argumentos para defender nuestros derechos y cargar contra las falsedades que corren por las redes y por las conversaciones familiares, laborales o de amistad. Vaciando esta pared y deshaciendo esta palabra se quiere construir una sociedad sin machismo y alejada de perjuicios. En Barcelona la pared se vació unas cuantas veces.
El activismo puede llegar a ser desesperanzador porque los cambios son lentos y la urgencia es extrema. Las malas noticias siempre tienen más publicidad que las buenas. Por ello, bajo este amarillo intenso nos acompañan unas pancartas gigantes que nos convocan a reconocernos en estos cambios. Cuando el mundo avanza es porque las personas lo hacen avanzar. No es una entelequia. El esfuerzo vital de tanta gente es lo que ha conseguido que el resto estemos mucho mejor. La lucha colectiva nos ha llevado donde estamos. A menudo se habla solo de donde aún no hemos llegado, pero para generar fuerza y convencimiento para continuar caminando hay que recordar también lo que se ha alcanzado. Las mujeres han tomado conciencia y han comenzado a modificar unas dinámicas que se defendían como tradiciones intocables. Una recopilación de esta evolución nos hace tener presente que todo lo que hacemos, todo el tiempo que destinamos, la energía mental y emocional que pongamos para mejorarnos como sociedad, nos conduce a un refugio más confortable donde vivir. Y ese es el objetivo del feminismo. Hacer un mundo mejor para todos. Y conseguir, también, que en la lucha feminista se reconozcan muchos hombres que dicen que quieren la igualdad pero que no actúan en consecuencia. Es hora de que el machismo no tenga ninguna complicidad. Por parte de nadie.
Terminamos con un color azul precioso y una sentencia que cierra el recorrido, la narrativa. SÍ ES PARA TANTO. Nos hemos explicado. Hemos dado razones. Nos hemos indignado. Y ahora toca participar y ampliar el contenido. Confirmar que todas nosotras, que somos de diferentes generaciones, hemos sufrido el machismo. Porque desgraciadamente no es un concepto teórico. Es nuestro día a día. Son todos estos mensajes que llenan impresoras divididas en diferentes franjas de edad que hablan del miedo de volver sola a casa, de las violaciones dentro del ámbito familiar, de la discriminación laboral. Es el lugar donde después de este viaje nos encontramos para compartir y para señalar. El camino es largo y durísimo, pero no lo hacemos solas porque lo hacemos juntas.
En una de las primeras entrevistas hablando de la exposición dije, medio en broma, que me gustaría que FEMINISTA TENÍAS QUE SER fuera una "fábrica de hacer feministas". El objetivo no era hacer una exposición para feministas convencidas o expertas en la materia sino acercar al mayor número posible de público la idea de que tenemos que ser feministas para acabar con una injusticia persistente a lo largo de la historia de la humanidad. El objetivo era que la exposición saliera del recinto expositivo y los visitantes la hicieran suya en las conversaciones y en las redes, donde cada día se podían encontrar comentarios y fotos que exponían los temas y las imágenes fuera de su lugar expositivo. La gente joven hacía fotos y se hacía fotos al lado de las denuncias y de la lucha. La gente joven es quien tiene que cambiar el mundo porque al fin y al cabo es donde tiene que hacer toda su vida. Y su vida debe ser mejor que la nuestra. Son tiempos extraños y a menudo no parece fácil y la sensación de retroceso es continua. Pero el interés por una muestra como esta nos confirma una de las frases que hemos colgado también en luces de neón: “La esperanza es una acción radical”.
La pandemia ha reconocido a las mujeres como trabajadoras esenciales y personas indispensables, aunque sean tratadas como ciudadanas de segunda. Las feministas lo estamos diciendo desde hace mucho tiempo. Sin embargo, a las mujeres, la medalla que se les otorga es una doble discriminación, que el confinamiento ha llevado al extremo. El trabajo esencial de las mujeres en los hogares no es reconocido económicamente, que es como se reconocen las cosas socialmente. Nos lavamos las manos. Por eso también hemos querido aprovechar la recomendación sanitaria de ponernos el gel desinfectante porque de paso también queremos desinfectar de machismo a nuestra sociedad.
Cualquier elemento es válido, cualquier objeto podemos hacer que nos hable. Se trata, siempre, de querer escuchar. Las imágenes que hemos creado en FEMINISTA TENÍAS QUE SER han hablado por sí mismas. Y son muchas las personas que se las han hecho suyas. Se trataba de eso. Y de compartirnos. Porque nuestras acciones individuales nos cambian el mundo en que vivimos.